Por mucho tiempo tuve bloqueados mis talentos naturales. Esos que no se estudian ni se aprenden, sino que simplemente nacen de ti. Se expresan a través de la curiosidad, la intuición y las ganas de experimentar, sin necesidad de instrucciones.
De niña podía pasar horas creando con greda. Perdía la noción del tiempo, hasta quedar con la piel roja por tanto sol, pero nada de eso importaba. Lo hacía por el simple goce de crear, de transformar la materia en algo nuevo. Ahí estaba yo, completamente abstraída, viviendo el presente.
Me fascinaban las estrellas, las galaxias, esa bóveda oscura y brillante que me dejaba sin palabras. Recuerdo a mi papá hablándome del lucero, la Cruz del Sur, las Tres Marías, la Estrella de Belén, y las “siete cabritas”, que después supe que eran las Pléyades. A través de él, nació mi amor por el cielo, por observar y dejarme maravillar.
La observación fue mi gran maestra. Me quedaba absorta mirando libros, formas, detalles de la naturaleza. Así fue como un día tomé un lápiz y comencé a dibujar hojas, flores, ramas… sin técnica, sin guía, solo dejándome llevar. Y todo eso cobró sentido años más tarde, cuando a los 23 años tomé por primera vez un pincel y pinté al óleo. Los colores, las texturas, la posibilidad de transmitir emociones… fue como reencontrarme con algo muy antiguo dentro de mí.
También recuerdo el día en que quise hacer un perfume. Tenía unas flores moradas muy pequeñas, las puse en agua y las dejé al sol, convencida de que lograría capturar su aroma. El resultado fue desastroso: olía fatal. Me sentí decepcionada, pero años después, estudiando química, comprendí lo que había faltado. Aprendí sobre destilación, extracción, y todos los procesos necesarios para crear una esencia real. Fue entonces cuando descubrí que ese “fracaso” había sido, en realidad, el inicio de querer comprender algo…
A los 25 años comencé a vender aceites esenciales de origen suizo. Me enamoré de ese mundo: la aromaterapia, los sentidos, el poder evocador de los aromas. Aprendí que nuestra memoria emocional está íntimamente ligada al olfato. Que muchas veces, una fragancia basta para transportarnos a un instante, una emoción, una parte de nosotros.
Tal vez te preguntes:
¿Y esto qué tiene que ver con la autenticidad?
¿Qué tiene que ver con reconocer quién eres en esencia?
La respuesta está en la infancia.
Cuando somos pequeños, hacemos lo que nos gusta por el solo placer de hacerlo. Actuamos desde el impulso, desde el alma. Y si hoy te cuesta reconocer tu autenticidad, te invito a volver allí: a esos primeros años en los que el tiempo no existía y el entusiasmo lo llenaba todo.
Cuando comencé a observar mis recuerdos con más amor y menos juicio, comprendí que lo que me apasionaba de niña había seguido presente en mi vida adulta: el arte, los aromas, la creatividad, el movimiento constante, el deseo de compartir y crear. Solo que no lo veía, porque estaba enfocada en lo que “faltaba” en lugar de todo lo que ya estaba en mí.
Así descubrí algo más profundo:
Mi esencia es el asombro, el movimiento, la búsqueda constante.
A veces me cuesta confiar, dudo, pero hay una fuerza interna que me empuja a seguir, a decidir, a ir más allá incluso cuando mi mente racional no tiene todas las respuestas.
La monotonía me apaga. Lo creativo me enciende. Y en ese recorrido, descubrí algo más: me apasionan los detalles. Me conmueven las palabras. Escribir no fue un talento que siempre supe que tenía, fue algo que emergió cuando más lo necesité. Cuando no podía hablar de mis procesos, empecé a escribirlos. Y así, sin darme cuenta, la vida me llevó por un camino inesperado: el de la escritura como forma de sanación y conexión.
Hoy estás leyendo este blog gracias a todo ese camino.
Y por eso quiero decirte algo:
Confía en ti.
Confía en esos talentos que nacen en medio de la dificultad.
Porque el obstáculo, muchas veces, es la puerta hacia lo auténtico.
Las ideas que aparecen cuando estás en crisis, cuando todo parece confuso… esas son las semillas de lo que habita en ti de forma natural. No las cuestiones. Ámalas. Dales espacio. Cree en ellas.
¿Y si no sabes por dónde empezar?
Vuelve a tu infancia.
A esos momentos donde el tiempo parecía detenerse.
A lo que te llenaba de entusiasmo sin esfuerzo.
Tal vez no parezca importante… pero lo es. Porque ahí está tu esencia.
Para acceder a esos recuerdos, primero haz el gesto de querer recordarlos. Luego, suelta el control. No busques saberlo todo ahora. Solo permítete fluir.
Y verás cómo, en el momento exacto, lo que necesitas comprender se revelará.
La verdad sobre ti no necesita gritarse al mundo. Solo necesita ser vista por ti.
Busca dentro.
Porque la protagonista de tu historia eres tú.
Y solo tú puedes mirarte con la honestidad y el amor que mereces.
No para contárselo a todos. Sino para reconocerlo y aceptarlo como parte de ti.
Te invito a preguntarte con honestidad:
¿Qué disfrutabas hacer cuando chica o chico? ¿Qué talento ves en ti detrás de ese simple juego? ¿Eres capaz de aceptarlo y abrazar esa parte de ti? ¿Qué habilidades logras ver en ese niño o niña interior?
Con amor y gratitud,
Ingrid B.
Nos vemos en el próximo blog para seguir cultivando la confianza, la auto estima y el amor propio. Gracias por estar aquí.