Acepto la abundancia que me nutre — mamá

Hay cosas que uno puede comprender con la mente, pero que no siempre logra sentir en el corazón. Y con el tiempo entendí que aquello que no se siente es, en realidad, una invitación a experimentarlo, a transitarlo desde el cuerpo, desde la emoción… a pasarlo nuevamente por el corazón.

Hace años supe que la abundancia se manifiesta cuando logras sentirte abundante. Y no hablo solo del dinero, sino de la riqueza que se expresa en los vínculos, en la familia, en el trabajo, en lo profesional y lo espiritual.
Fue cuando empecé a profundizar en el camino de la energía, el autoconocimiento y la autoobservación consciente, que descubrí una verdad que transformó mi mirada: la abundancia es una energía femenina, y en el clan familiar, esa energía está representada por mamá… por cómo la percibimos, por lo que heredamos de su forma de dar y de recibir.

Yo lo había escuchado. Incluso lo creí. Lo entendía con la cabeza, pero no lo sentía. Trabajé ese vínculo desde el miedo a repetir lo mismo: a sentirme no merecedora, no valiosa, a cargar con la historia que por generaciones tejió la narrativa de escasez en mi linaje. Me convencí de que me había abierto a la abundancia. Pero algo faltaba…

Nunca me consideré una mujer incapaz de crear, pero sí tuve que revisar profundamente esa creencia de que el dinero se gana con esfuerzo y sacrificio. Y no solo por lo que oía, sino por lo que vi. Porque si hay una imagen grabada en mí es la de mi madre… siempre haciendo. Nunca la vi descansar, ni siquiera embarazada. Siempre resolviendo, corriendo, como si el tiempo se fuera a acabar.

Muchos días colapsaba y ahí recién nos dejaba ayudarla. Era en esos instantes —raros, frágiles— donde podíamos verla como persona más allá del rol. Entonces se volvía amable, nos pedía apoyo, pero también manipulaba, consciente o no, con esas frases que calaban hondo y que, sin saberlo, fueron modelando nuestra manera de ser. Mamá nos enseñó que el hacer era la medida del valor. Estar quieta era sinónimo de no servir, de ser floja, de no tener voluntad.

A mí me costó 24 años detenerme a mirar. Desde entonces han pasado 11 más, y sigo descubriendo partes de mí que olvidé, que reprimí. He aprendido —y sigo aprendiendo— a través de mis errores, porque son esos fallos los que me han conducido con más claridad a mis aciertos.
Y en ese camino descubrí que mamá encarna lo divino femenino. Es el recibir, el contener, la vulnerabilidad, la ternura, la fortaleza emocional.
Comprendí que la abundancia fluye cuando se equilibra el dar y el recibir, porque la vida es un intercambio constante de energía. Cuando solo das y no sabes recibir, rompes el flujo. Te agotas. Te frustras. Porque, aunque no lo digas, esperas algo a cambio… pero no sabes cómo abrirte a recibirlo.

¿Sabes cuántas veces rechazamos la abundancia en gestos tan simples como responder “de nada” a un “gracias”? Le quitamos valor a nuestro acto generoso. Lo despojamos de energía.
¿Y qué pasa cuando alguien quiere ayudarte y tú, por inseguridad, lo rechazas? La vida tal vez te está mostrando una vía para equilibrar tu energía, pero el miedo a parecer débil o insuficiente te cierra esa puerta.

En el amor, pasa igual. Si te muestras fuerte, autosuficiente, disponible para otros, pero nunca permites que te cuiden, que te escuchen, que te sostengan… ¿cómo vas a sentirte contenida cuando lo necesites? El dar se convierte en armadura. El recibir requiere humildad, apertura, contacto con la emoción.

Con el dinero ocurre lo mismo. Somos energía en movimiento. Nuestro trabajo, nuestra pasión, todo lo que hacemos, es energía que luego se materializa. Si no valoras lo que eres y haces, si no sabes reconocer tu aporte, difícilmente podrás recibir con claridad lo que mereces.
La abundancia es percepción. Es confianza en ti misma.

Y por eso, hoy quiero compartirte algo muy íntimo: una carta que le escribí a mi madre cuando comencé a observar cómo este vínculo impactaba mi capacidad de atraer dinero, reconocimiento y bienestar a mi vida.


Carta a mamá

Querida mamá,
Desde pequeña te vi moverte sin parar. Jamás te vi disfrutando de una tarde tranquila. Siempre estabas haciendo algo, planchando, cocinando, organizando. Nos acompañaste, sí, pero siempre desde la acción. Tus frases quedaron marcadas en mí:
«Ser limpio y ordenado es una elección», «Ser flojo es lo peor», «No tener voluntad es ser mala persona».

Durante años fui fiel a esas enseñanzas. Decía que sí, aunque por dentro gritaba que no. Me costó mucho resignificar esas palabras. Me ayudaron a no rendirme, sí… pero también me llevaron a la sobreexigencia, al desgaste, a ser muchas cosas a la vez solo para no mirar el vacío.

Admiro tu fortaleza, tu fe, tu capacidad de no lamentarte. Pero también veo el dolor en ese silencio. Veo que tu resiliencia muchas veces fue una forma de soportar, de callar lo que dolía.
Aprendí de ti a ser adaptable, creativa, organizada. Pero también heredé tu prisa, tu rigidez, tu poca paciencia, la misma que tu madre no tuvo contigo.

A veces me hubiera gustado que nos enseñaras sobre el cuerpo, el placer, los límites, el valor de una misma. Pero hoy entiendo que tampoco lo recibiste. Y ahí es donde decido hacerme cargo.
Porque quiero que mi hija interior sepa que puede vivir diferente. Que puede descansar, pedir ayuda, sentirse merecedora. Que puede decir «no» sin culpa.
Y que puede recibir. Porque eso también es abundancia.

Gracias, mamá, por todo lo que me diste, por lo que tomé y también por lo que hoy elijo no repetir.
Hoy entiendo que no valgo por lo que hago, sino por lo que soy. Y esa es mi mayor sanación.

Con amor y gratitud,
Tu hija número cinco.
Ingrid B.


El arte de abrirse a recibir

La abundancia necesita raíces emocionales. Está tejida a la historia, al clan, a la forma en que aprendimos a dar y a recibir.
Para activarla, comienza con pequeños actos: acepta un halago, una ayuda, un gesto de cariño. Regala una sonrisa. Abraza sin prisa. Vende algo que ames y observa cómo te sientes al intercambiar tu energía.

Todo es dar y recibir. Si rechazas el recibir, te alejas del ciclo vital.
La vida no quiere que te desgastes. Quiere que te equilibres.

Siempre es buen momento para sanar el vínculo con mamá y activar tu energía femenina: suave, sabia, profunda, creadora, transformadora.

Con amor y cariño
Ingrid B.

Gracias por acompañarme, nos vemos en el próximo blog para seguir nutriendo la observación consciente.

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