Entender mis heridas lo cambió todo

A veces me sorprende leer comentarios —en mis videos y publicaciones  de las redes sociales— que dicen que las heridas de infancia no existen. Que son un invento. Pero, si lo pensamos, todo lo que hoy conocemos alguna vez fue una hipótesis, una duda, una observación que alguien decidió explorar. Así funciona el conocimiento: a través de la experiencia, la reflexión y la validación. Es un proceso de descubrimiento, todo al final es cuestión de perspectiva y con que foco quieres observas las cosas; con juicio o con apertura de aprender.

Tengo una formación científica y me gusta observar patrones. Cuantificar, revisar historias, identificar lo común entre mis consultantes y también en mi propia vida. Por eso no temo hablar desde mí. Porque es lo que conozco con mayor profundidad y es precisamente esa experiencia personal la que me motivó a crear este blog: para profundizar en los múltiples caminos del autoconocimiento.

Estoy convencida de que la vida no es lineal. Y aunque la necesidad de control se ha vuelto casi un virus en el último tiempo, la verdad es que no lo tenemos todo bajo control. Estamos constantemente aprendiendo, cayendo, levantándonos. Algunos con más consciencia que otros, sí, pero todos a nuestro propio ritmo.

Cada vez que algo nos frustra o nos deja enganchados emocionalmente, hay una razón más profunda. Esa incomodidad nos está mostrando un área que necesita atención. Entonces me pregunto —y te invito a preguntarte también—:
¿Qué me está mostrando esta situación? ¿Qué puedo aprender de esto?

Con el tiempo he comprendido que las heridas de infancia no son sólo un concepto. Son una experiencia real. Yo las he vivido, las he identificado y he aprendido a ver todo lo que traen consigo: emociones no expresadas, creencias limitantes, patrones heredados, estructuras sociales, culturales, religiosas y familiares que se anclan en lo más profundo del inconsciente.

Todo comienza en la primera infancia, entre los 0 y 7 años. Esa etapa en la que absorbemos todo sin filtros, sin juicio. Lo que vemos, lo que sentimos, lo que escuchamos… todo queda grabado. Y es ahí donde nace ese “niño interior” que aún vive dentro de ti.

¿Te ha pasado que en momentos de conflicto reaccionas igual que tu madre o tu padre, aunque juraste que nunca serías así? A mí sí. Y eso no es casual. Es el programa interior que se activa, incluso si lo rechazamos conscientemente. Es frustrante, claro. Pero también es una gran oportunidad de observar, comprender y transformar.

Nuestros padres son figuras fundamentales. Nos enseñan, los admiramos y son nuestros referentes de aprendizaje. No sé tú, pero yo nunca escuché en mi entorno hablar sobre ver el «error como una oportunidad de aprendizaje» y hoy vemos fracaso o error como el problema, ya que no nos enseñan qué hacer cuando algo no sale bien. En cambio, aprendemos a juzgarnos, a castigarnos, a minimizar lo que sentimos. Y así, poco a poco, vamos enterrando nuestra autoestima, desconectándonos de nuestro amor propio.

Algunos dirán que las heridas de infancia son una moda, igual que muchos diagnósticos psicológicos. Pero la realidad es que los patrones se repiten cuando no se hacen conscientes. Y cuando los vivimos en carne propia, sabemos que no son sólo teorías.

Yo creo profundamente en la capacidad del ser humano para transformarse. Adaptarse. Aprender. No estamos condenados a ser siempre lo mismo. Cada situación que se presenta en tu vida puede ser una oportunidad para evolucionar… si eliges mirar con otros ojos.

Así que en vez de preguntarte “¿por qué me pasa esto?”, puedes comenzar a decir:
“Elijo ver qué me viene a mostrar esta experiencia.”

Una forma simple de comenzar a identificar tus heridas es observar las situaciones que más se repiten en tu vida. Si hay un patrón que aparece más de tres veces, detente. Obsérvate sin juicio. Pregúntate:
¿Para qué esta situación o persona me incomoda o molesta? ¿Qué debo desaprender para volver a aprender desde otro lugar? ¿Qué necesito soltar?

Es cierto que muchas veces vivimos en ambientes difíciles, donde pareciera que no podemos elegir. Pero incluso ahí, puedes elegir no engancharte con el caos externo. Puedes comenzar por limpiar tus propias creencias para que, poco a poco, tu mundo externo también se transforme.

El cambio no es inmediato, pero llega. Lo verás en tus decisiones, en cómo te hablas, en cómo comienzas a confiar más en ti. Es un proceso. Requiere tiempo, paciencia y sobre todo voluntad.

Muchas veces en sesión me encuentro con personas que no logran avanzar porque no saben qué quieren. Y al preguntarles, aparecen los miedos:
¿Y si fracaso? ¿Y si no soy suficiente? ¿Y si no lo logro?
Todos esos pensamientos son reflejo de heridas emocionales; no sentirse validada, merecedora, capaz y es ahí donde aparecen las inseguridades sembradas desde la infancia. Pero también son el punto de partida perfecto para mirar hacia dentro y comenzar a transformar.

Hoy quiero recordarte esto:
Todo lo que está en tu vida en este momento es una oportunidad para convertirte en tu mejor versión.
Siempre es tiempo de volver a ti y despertar todo tu potencial.

Si hoy sientes que quieres comenzar a trabajar en tus miedos inconscientes, en tus bloqueos emocionales o en los patrones que te sabotean, puedes agendar tu sesión gratuita de evaluación inicial conmigo aquí:
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Gracias por estar aquí, por tu lectura, tu atención y tu deseo de cambiar.
Confío que estas palabras hayan sido una guía, una semilla de claridad para ti.

Gracias
Te amo
Ingrid B.

Nos vemos en el próximo blog, donde comenzaremos a hablar sobre el liderazgo interior, la energía femenina y masculina, cómo salir de los pensamientos negativos, convertirte en observador consciente y trabajar el vínculo con mamá y papá.

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