Hubo un tiempo en que creí que todo estaba escrito. Que ya estaba destinada a ciertas cosas, aunque esa idea nunca me terminó de gustar. Veía la vida como un camino difícil, lleno de obstáculos… pero algo dentro de mí se resistía. Deseaba que las cosas fueran diferentes. Y, en el fondo, siempre supe que podían serlo.
Al comenzar a escucharme, a tener conversaciones internas honestas, emergieron recuerdos y voces del pasado que aún vivían en mí. Mi niña interior apareció con fuerza, trayendo consigo frases como:
“Llora, pero que no te vean”,
“Hazlo en silencio y escondida”.
Sentía que llorar era algo malo. Algo vergonzoso. Como si no pudiera permitirme ser vulnerable, como si estuviera prohibido mostrarme frágil. Y ahí comprendí cuánto pesan las palabras cuando vienen cargadas de juicio, sobre todo cuando provienen de quienes más amamos.
—”No llores”,
—”Anda a llorar a otro lado”,
—”Lloras feo”.
Frases pequeñas, pero con un eco profundo. Tantas veces escuchadas que terminaron por calar hondo, haciéndome creer que sentir no estaba bien. Que era mejor esconderse.
Así comencé a reconectar con mi infancia… Ese pasado que creía enterrado, pero que estaba más presente que nunca. Lo veía en fragmentos, en destellos. Veía a esa niña luminosa:
Jugando sin miedo, soñando sin límites, explorando sin reglas.
Simplemente siendo. Simplemente existiendo.
Pero un día dejé de verla. Nos fuimos alejando tanto… que su recuerdo se volvió apenas un susurro. A veces regresa, en sueños o en imágenes fugaces. La reconozco cuando me permito soltar el control, cuando me dejo fluir, cuando me rindo ante la emoción. Ahí está ella. Con los ojos brillantes. Siempre dispuesta a acompañarme, incluso en medio de las lágrimas más sinceras.
Ese humano soñador… está aquí para rescatarme.
Llega justo en las noches más oscuras para recordarme que nunca se fue.
Y aunque no siempre sepa cómo traerla del todo de vuelta,
sé que si logro rescatarla, también me estaré rescatando a mí.
De todas las máscaras que aprendí a usar para sobrevivir.
Porque somos el mismo ser:
La que se escondía por miedo…
y la que hoy, adulta, intenta sostenerse entre etiquetas, roles y exigencias.
Hoy nos hemos reencontrado.
Nos miramos. Nos reconocimos. Nos abrazamos.
Lloramos juntas.
Y decidimos navegar, sin miedo, las aguas profundas de lo no dicho.
Me perdono por las veces que me herí a mí misma.
Por cargar con rabia, por repetir palabras duras, por alejarme del amor que soy.
Hoy elijo fluir con mis experiencias, reconocerlas y abrazarlas.
Me rindo al dolor. Lo dejo ser. Y permito que esa parte sabia de mí —esa que todo lo recuerda— me guíe fuera del escondite, fuera de la simple supervivencia.
Hoy dejo morir las versiones de mí que me alejaban de mi esencia.
Y sí, hay días en que me vuelvo a perder…
pero ya no temo. Porque perderse, a veces, es la señal más clara
de que estamos buscando algo auténtico.
Aunque no lo entienda del todo, sigo caminando.
Ese sendero poco transitado que se llama vivir desde la verdad.
Si estás leyendo esto, quiero invitarte a hacer lo mismo.
Toma de la mano a tu niña o niño interior —ese pequeño ser de 3, 4, 5 o 6 años que aún habita en ti— y caminen juntos.
Sin máscaras. Sin juicios.
Miren la vida con ojos nuevos.
Elijan aprender. Elijan soltar. Elijan vivir con más verdad.
Sorpréndanse con lo simple, con lo esencial.
Después de tantas vidas sobreviviendo…
hoy te tomo de la mano, pequeño gran ser.
Porque sé que tú eres la llave.
La que me conecta con lo puro, lo real, lo amoroso.
Desde hoy, elijo que sea el amor quien guíe mis pasos, mis pensamientos, mis emociones.
Porque si fui creada desde el amor, entonces eso es lo que vine a crear en el mundo.
Gracias por tu claridad.
Por tu inocencia.
Por tu fuerza.
Gracias, gracias, gracias.
Si llegaste hasta aquí y sientes la necesidad de profundizar en ti pero no sabes por donde comenzar agenda una llamada: https://unificandoelser.com/producto/sesion-de-diagnostico-gratuita/?date=2025-06-11&time=0700
Con amor,
Ingrid B.
Nos vemos el próximo blog y seguimos profundizando en las frases que marcan y condicionan la forma de ver la vida y de defendernos con máscaras y personajes.