Me costó admitir que en mi infancia hubo experiencias dolorosas. Por mucho tiempo las disfrazaba, las justificaba o simplemente las ignoraba. Creo que es algo común: tendemos a idealizar nuestra historia, o al menos a cubrirla con el velo de lo que debería haber sido. A veces por protección, para no tocar lo que duele. Otras, porque enfrentar lo real nos mueve demasiado. En mi caso, fue una mezcla de todo eso.
Hubo un momento clave que marcó un antes y un después en cómo miraba mi historia: cuando dejé de ver a mis padres solo como “mamá” y “papá”, y comencé a verlos como personas. Seres humanos con sus propias heridas, con una infancia, con miedos, sueños frustrados, decisiones difíciles y aprendizajes no siempre amables. Comprender eso no borró lo que pasó, pero sí me permitió soltar el juicio.
Comencé a entender el porqué de ciertas frases que marcaron mi niñez:
- “La vida es difícil”.
- “Estudia para que seas alguien, no como yo”.
- “Si no estudias, no vas a ser nadie”.
Palabras que, aunque nacieron desde el amor y la preocupación, me hicieron creer que el valor personal estaba en rendir, lograr, cumplir. Así lo hice: fui buena alumna, conseguí becas, titulaciones… pero en el fondo, algo no encajaba.
Porque, ¿qué ocurre cuando cumples con todo y aún así no te sientes plena?
¿Dónde está ese “ser alguien”?
¿Para quién estás intentando serlo?
Con el tiempo entendí que eso no me definía. Que lo que mis padres realmente querían decir —con las herramientas emocionales que tenían— era: “Queremos lo mejor para ti”. Pero también comprendí que en ese mensaje faltó algo esencial: la conexión emocional.
Hoy me pregunto: ¿qué habría pasado si alguien me hubiese dicho “¿Qué te hace feliz?”, “¿Qué harías incluso si no te pagaran por ello?” Estoy segura de que mi elección habría sido distinta. No desde la obligación, sino desde la pasión. Porque, al final, vivir con propósito es hacer cada día algo que te conecta con tu esencia, no algo que te aleja de ti.
Aunque me iba bien profesionalmente, sentía un vacío que no podía seguir ignorando. Y no me quedé esperando que algo cambiara: empecé a buscar. Así llegué al camino del autoconocimiento, la motivación personal, la sanación emocional… y me encontré con un tema que lo cambió todo: las heridas de la infancia.
Las heridas emocionales de la infancia
Prefiero llamarlas experiencias dolorosas. Son vivencias que ocurren, en su mayoría, entre los 0 y 7 años, y que terminan modelando —sin que lo notemos— la manera en que nos relacionamos con el mundo, con los demás y con nosotros mismos.
Aunque parezcan lejanas, esas heridas siguen activas. Operan en silencio, como programas automáticos que se disparan ante ciertas situaciones, repitiendo patrones que no comprendemos del todo.
¿Cómo se manifiestan?
En la forma en que te tratas, en tu autoestima, en cómo buscas aprobación, en cómo pones límites… incluso en tus relaciones más íntimas o en los miedos que no logras explicar.
Existen cinco heridas principales. Cada una deja una huella emocional distinta:
1. Herida de Abandono
Origen: Falta de presencia emocional o física en la infancia. Sensación de no haber sido suficientemente amado o cuidado.
Consecuencias: Miedo a la soledad, dependencia emocional, necesidad constante de compañía o aprobación, dificultad para sostener vínculos sanos.
2. Herida de Rechazo
Origen: Sentirse no aceptado por quien se es. Puede nacer de exigencias, críticas o indiferencia emocional.
Consecuencias: Perfeccionismo, miedo a mostrar vulnerabilidad, búsqueda constante de validación externa, autocensura.
3. Herida de Humillación
Origen: Momentos de vergüenza o ridiculización, especialmente frente a otros o por parte de figuras importantes.
Consecuencias: Baja autoestima, dificultad para recibir críticas, miedo a la exposición, sensación permanente de no ser suficiente.
4. Herida de Traición
Origen: Promesas rotas, engaños o situaciones donde alguien en quien confiabas te falló, sin espacio para procesarlo.
Consecuencias: Desconfianza, miedo a comprometerse, control excesivo, emociones contenidas como rabia o tristeza profunda.
5. Herida de Injusticia
Origen: Tratos fríos, autoritarios o falta de equidad en la infancia. Vivencias donde tu voz no fue considerada.
Consecuencias: Dificultad para expresar ideas, inseguridad al comunicarte, miedo al juicio, bloqueo emocional ante conflictos.
¿Cómo empezar a sanar?
Sanar no es olvidar ni borrar lo vivido. Sanar es comprender desde otra mirada. Es abrazar lo que fue, sin quedarte atrapado en ello.
Aquí algunas claves que han sido importantes en mi camino:
- Reconocer su influencia.
Obsérvate. ¿Qué situaciones te detonan emocionalmente? ¿Qué patrones se repiten? Todo síntoma tiene una historia. - Comprender tu herida.
Ponerle nombre te da poder. No para victimizarte, sino para entender desde dónde estás actuando hoy. - Buscar apoyo terapéutico.
La terapia te acompaña a descubrir capas profundas, dar sentido a tus emociones y crear nuevas formas de estar contigo y con el mundo. - Cultivar la autocompasión.
No se trata de hacerlo perfecto, sino de ser amable contigo en el proceso. Trátate como tratarías a un niño o niña: con ternura, con paciencia, con amor.
Tu historia no te define… pero sí te condiciona si no la conoces.
Eres la única persona que puede transformar su vida. Y si llegaste hasta aquí, es porque algo dentro de ti quiere mirar más profundo. Te felicito. Eso ya es un acto de amor.
Sanar las heridas de la infancia es un viaje valiente. Pero es también una puerta hacia una libertad más genuina: dejar de vivir desde la carencia, y comenzar a habitarte desde el amor.
Te invito a recorrer ese camino con calma, con apertura, con honestidad.
A mirarte con ternura.
A darte permiso para elegirte y resignificar tu historia.
Ten paciencia contigo, no es algo que se resuelve rápido, pero es un camino que te invito a recorrer cada día y te aseguro que todo tendrá sentido y coherencia en un punto de este recorrido.
Si quieres un acompañamiento en este proceso y generar el hábito de la auto observación de tu niño o niña interior te invito a inscribirte en el curso “Verde esmeralda” en el siguiente link: https://unificandoelser.com/courses/cursoverdeesmeralda/
Con cariño,
Ingrid B.
Nos vemos en el próximo blog y recorramos juntos como identificar, reconocer y recuperar tu autenticidad – tu esencia.