El día que enfrenté mi vacío

Mirar el dolor

Pasaron exactamente 24 años para atreverme a mirar hacia adentro. Para tener la valentía —y la curiosidad— de preguntarme qué estaba pasando en mi interior. Hoy, después de más de 11 años de este camino, puedo decirte con certeza que el amor propio y la autoestima no son metas que se alcanzan en 30 días, con un curso, ni en un año. Son una práctica diaria. Un camino de vida.

Me encantaría decirte que es algo que se resuelve rápido. Pero… ¿Cuál es la prisa? ¿Por qué querer ir tan rápido? Yo tampoco sabía a dónde me llevaría este proceso. No tenía apuro, pero sí momentos de frustración. Quería entenderlo todo. Y ahí fue donde choqué con una gran verdad: para sanar, hay que sentir. Hay que dejar de huir de lo emocional, de esa parte humana que se conmueve, que siente, que duele.

Cuando abrí esa puerta, lo primero que encontré fue dolor.
Mucho dolor.

Comencé conectando con afirmaciones positivas y escuchando mi cuerpo. Me preguntaba cómo se sentía, qué me decía a través de las emociones. Durante un tiempo creí que amarme era solo decirme cosas lindas frente al espejo. Y sí, eso me ayudó… hasta que dejó de ser suficiente. Algo en mí seguía doliendo. Y no lo entendí hasta que me atreví a mirar más profundo.

Desde ese momento, el camino ha sido todo menos lineal: momentos de calma, otros de tormenta. Al principio, había un dolor muy fuerte en el pecho. Una presión, una sensación de vacío, de no pertenecer a ningún lado. No sé si tú te has sentido así… pero yo solo sabía que algo andaba mal. No solo mi cuerpo físico; algo también estaba dañado en lo emocional y lo mental. Me sentía desconectada de mí misma.

Todo partió con una crisis existencial. Me cuestionaba la carrera que había estudiado. Me frustraba no encontrarle sentido a lo que hacía. Me sentía atrapada. Y descubrí que vivía enfocada solo en lo negativo. Todo era complicado. Me repetía que no era suficiente. Que me faltaba todo. Que la vida era difícil. Me costaba ver algo bueno en mí.

Hasta que una tarde, mientras caminaba de regreso a casa por el Paseo Bulnes bajo la lluvia, me senté en una banca y me hice una pregunta que cambió todo:
¿Qué pasaría si empiezo a buscar nuevas respuestas… y a hacerme nuevas preguntas?

Ahí comenzó todo.

Busqué en internet cómo salir de los pensamientos negativos. Cómo equilibrar las emociones. No sabía nada del subconsciente, ni de Reiki, ni de afirmaciones… pero me suscribí a dos newsletters y empecé a hacer ejercicios gratuitos. Sin saber mucho, fui aplicando. Y aunque muchas veces dudé de si tenía sentido lo que hacía, algo dentro de mí sentía que estaba eligiendo dejar de vivir en piloto automático.

Estas son dos prácticas que inicié en ese entonces, y que hasta hoy sostengo:

1. Preguntarme cada día:

  • ¿Qué pensamientos gobernaron mi día?
  • ¿Eso me ayuda a acercarme a lo que deseo?
  • Si no contribuyen, ¿con qué puedo reemplazarlos?

2. Sentarme 5 minutos en silencio:

  • Observar mi cuerpo.
  • Anotar dónde siento alguna molestia.
  • Preguntarle: ¿Qué me quiere decir este dolor? ¿De dónde viene?
  • Anotar lo que sienta. Sin juicio. Solo confiar.

Claro que al principio me resistía. Me decía “Estás bien”, sin dejarme sentir lo que realmente pasaba dentro de mí. Y hoy entiendo que reprimía mi vulnerabilidad. Me costaba permitirme sentir miedo, tristeza, rabia o pena.

A los 2 meses, había identificado pensamientos limitantes como:
“Eso es muy difícil”, “Te vas a equivocar”, “No puedes”.
Y los reemplacé por:
“Estás aprendiendo, puedes mejorar mañana”, “Tienes la capacidad”, “Sigue, sé constante”.

Y, sin darme cuenta, me empezó a doler menos la cabeza. Mi ruido mental bajó. Comencé a correr. Tenía más energía. Más ganas de vivir.

Pegaba afirmaciones positivas en mi velador y las leía cada mañana antes de irme al trabajo, y cada noche antes de dormir. A veces no tenía ganas, pero era un pequeño compromiso que había hecho conmigo. Solo leer unas frases. Solo eso. Pero era un acto de amor propio.

Hace poco encontré esas afirmaciones en un libro viejo. Al leerlas, me emocioné. Porque entendí que, aunque en ese momento no sabía a dónde me llevaría este camino… había decidido ser protagonista de mi propia vida.

Hoy no tengo todo resuelto. Y he comprendido que amarse, abrazar a tu niña o niño interior, no se trata de llegar rápido a un lugar perfecto.
Se trata de recordarme, cada día, que soy suficiente, digna y merecedora. Incluso en mis momentos más frágiles.

Si hoy estás sintiendo rabia, miedo, pena, tristeza o culpa…
No reprimas esas emociones. Solo vienen a recordarte que están ahí, esperando ser escuchadas. No para derrotarte, sino para liberarte.

Sé que no es fácil. Especialmente si has aprendido a no mostrarte vulnerable.
Si sientes que no te puedes permitir “ser frágil”.

¿Te has sentido así también?

Me encantaría leerte. Escríbeme por mensaje directo.

Si estás sintiendo un vacío o sensación de estar perdida; si estás en medio de un cambio… quiero que sepas algo….

No estás sola.

Te invito a conectar contigo con las meditaciones gratuitas en el siguiente link: https://unificandoelser.com/courses/meditacionguiada/

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Gracias por estar aquí
Te amo
Ingrid B.

Te espero en el próximo blog donde te voy revelar la primera experiencia conectando con mi niña interior y la carta que escribí para ella….

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